Las iglesias de tradición medieval.
La arquitectura de las iglesias de la Sierra mantiene rasgos específicos que en muchos casos son comunes a los de zonas afines de la provincia de Teruel, pero difieren de otras regiones limítrofes sobre todo hacia Castilla. Las iglesias son en general modestas, como corresponde a un país poco poblado y sin grandes recursos. Sólo en algún caso se acometieron construcciones de mayor relieve, como en Orihuela del Tremedal, pero sin dejar nunca de ser iglesias acordes con las necesidades de las gentes.
La arquitectura de las iglesias de la Sierra mantiene rasgos específicos que en muchos casos son comunes a los de zonas afines de la provincia de Teruel, pero difieren de otras regiones limítrofes sobre todo hacia Castilla. Las iglesias son en general modestas, como corresponde a un país poco poblado y sin grandes recursos. Sólo en algún caso se acometieron construcciones de mayor relieve, como en Orihuela del Tremedal, pero sin dejar nunca de ser iglesias acordes con las necesidades de las gentes.
Las iglesias de la Sierra tienen sus orígenes en la época
medieval, cuando el país, al pasar a manos cristianas, se repuebla
fundamentalmente con gentes de Navarra. La repoblación no debió ser total porque
permanecieron pobladores anteriores, como igualmente ocurriría al comienzo de
la dominación musulmana. En este momento de finales del siglo XII, en los
pequeños núcleos habitados de la Sierra debieron edificarse o adaptarse las
primeras iglesias de las que ninguna ha subsistido. No todas la aldeas contaron
inicialmente con parroquia sino que en mu-chas sólo había ermitas. La
disposición de estas primeras iglesias sólo podemos conjeturarla mediante
descripciones más o menos escuetas y por el análisis de al-gunas ermitas o
iglesias, que aunque de construcción más tardía, parecen recoger la tradición antigua
de los primeros templos. Las descripciones que poseemos de estas iglesias datan
de comienzos del siglo XVII, momento en que se están renovando muchas de ellas,
y nos las describen diciendo que eran «de una nabada labrada a lo antiguo, con
bóveda de madera». La expresión primera indica que la iglesia no había sido
renovada en ese momento, y la segunda nos habla ya de una característica clara:
no tenían bóvedas de piedra sino armaduras de madera vista, quizás con alguna
decoración dentro de la tradición mudéjar.
La armadura de la catedral de Teruel no pudo ser un caso aislado
dentro del panorama de la arquitectura medieval del sur de Aragón. El sistema
de armaduras debió ser corriente en las iglesias rurales durante la Edad Media.
Su fragilidad, sobre todo cuando aparecen goteras y no se conserva bien el
tejado, habría provocado su sustitución. La pérdida de la tradición de estas
construcciones, quizás motivada por la mayor influencia europea en el arte de
Aragón, provocaría el que no se renovasen y las modestas iglesias se
sustituyeron por otras mayores, abovedadas y de influencia renacentista.
Alguna ermita o iglesia antigua nos da idea de cómo debieron ser
estas construcciones. Las ermitas de Santa Bárbara, del cementerio de
Bronchales, la de San Roque, también en el cementerio de Tramacastilla y la
inmediata a la fuente del Buey, cerca de Frías, son construcciones de este
tipo. Tienen una nave única, de planta rectangular bastante alargada y sin
ábside, orientada en sentido este-oeste. La puerta, generalmente con arco de
medio punto, se abre en el lado que mira hacia el sur, ligeramente descentrada
hacia los pies. Un pequeño hueco, generalmente con forma de aspillera o
tragaluz, suele servir como toda iluminación, en el mismo lado y cerca de la
cabecera.
Lo más notable de estas construcciones es la armadura de la
cubierta, que queda vista por el interior. Suele ser de par e hilera, con
tirantes sostenidos por canes que a veces presentan decoración tallada. Aunque
de época más tardía, pero dentro del mismo esquema, hay una ermita entre los
términos de Bronchales y Orihuela del Tremedal, hoy abandonada y transformada,
que se conoce como El Torrejón. Presenta sobre la puerta la fecha de 1605.
Interiormente es similar al modelo descrito, sólo que la cabecera es ochavada y
tiene a los pies una ventana para orar desde el exterior. La estructura de la
cubierta es interesante, porque, aunque mal construida, se trata del único
ejemplo de armadura de par y nudillo que queda en la Sierra. Su estado de conservación,
como el de las antes mencionadas, es bastante precario. Merecería que se las
conservara como ejemplo de un tipo de arquitectura hoy a punto de desaparecer.
La de la fuente del Buey podría dedicarse a refugio o albergue, siempre que se
acometa su restauración antes de que se hunda la cubierta.
En Ródenas quedan restos de la iglesia antigua, renovada en el
siglo XV. De lo conservado merecen destacarse dos capillas con bóvedas ojivales
de buena sillería. Sus ruinas se encuentran dentro de un prado contiguo al
pueblo y son de las pocas muestras que han quedado en la Sierra del momento
anterior a la renovación que se inicia en el siglo XVI bajo los influjos del
Renacimiento.
De aspecto muy gotizante, quizás del siglo XV o comienzos del XVI,
es la iglesia de Jabaloyas. Posee una sola nave, cubierta con bóvedas ojivales
y con capillas laterales. El atrio y la torre son, sin duda, del XVI. Por
encima de las bóvedas y hasta el tejado queda un gran espacio cuya finalidad no
es clara, salvo que fuera el fruto de haber sobreelevado los muros exteriores,
que presentan almenas macizadas con posterioridad, con fines defensivos. La
iglesia está además rodeada por un muro con almenas y troneras que parece
responder a la misma intención.
Las iglesias gótico-renacentistas de los siglos XVI-XVII.
El siglo XVI constituye un momento trascendental en la arquitectura de la Sierra de Albarracín. Su primera mitad está marcada por la renovación del templo catedralicio de la ciudad y la construcción de la iglesia de Santa María, ambas obras debidas a un arquitecto de gran talla como fue Quinto Pierres Vedel. Es probable que en esta primera mitad de la centuria, el esfuerzo económico que supondría para el país la construcción de la nueva catedral paralizara la de otras iglesias en las aldeas. Pero pasada la mitad del siglo, y sobre todo hacia el cambio de centuria, se acomete en la Sierra gran número de obras, ya sea de construcción de iglesias, ya de meras capillas. Todo esto parece indicar un cierto desarrollo económico, sin duda ligado al comercio de la lana, principal producto de exportación del país. Artífice de estas obras es una serie de maestros canteros, en su mayoría originarios de la Montaña y tierras limítrofes entre Vizcaya y Santander, que contratan con concejos y particulares la realización de las obras. El más fecundo de todos fue sin duda Alonso del Barrio Dajo (o de Ajo, población de la provincia de Santander). Este maestro nos dejó espléndidas obras, como las torres de la catedral y de la iglesia de Villar del Cobo, las iglesias de Ródenas, de Santiago en Albarracín y una capilla en la iglesia de Villar. Paisanos y del mismo lugar de Aj fueron Juan Alonso de Hontanilla y Pedro de Cubas, constructores de la iglesia de Monterde. Parientes de Juan Alonso fueron también Pedro y Toribio de Utienes, constructores del atrio portegado de la iglesia de Terriente, según atestigua en su testamento un hijo de Juan Alonso, también maestro de cantería y continuador de la obra de su padre.
El siglo XVI constituye un momento trascendental en la arquitectura de la Sierra de Albarracín. Su primera mitad está marcada por la renovación del templo catedralicio de la ciudad y la construcción de la iglesia de Santa María, ambas obras debidas a un arquitecto de gran talla como fue Quinto Pierres Vedel. Es probable que en esta primera mitad de la centuria, el esfuerzo económico que supondría para el país la construcción de la nueva catedral paralizara la de otras iglesias en las aldeas. Pero pasada la mitad del siglo, y sobre todo hacia el cambio de centuria, se acomete en la Sierra gran número de obras, ya sea de construcción de iglesias, ya de meras capillas. Todo esto parece indicar un cierto desarrollo económico, sin duda ligado al comercio de la lana, principal producto de exportación del país. Artífice de estas obras es una serie de maestros canteros, en su mayoría originarios de la Montaña y tierras limítrofes entre Vizcaya y Santander, que contratan con concejos y particulares la realización de las obras. El más fecundo de todos fue sin duda Alonso del Barrio Dajo (o de Ajo, población de la provincia de Santander). Este maestro nos dejó espléndidas obras, como las torres de la catedral y de la iglesia de Villar del Cobo, las iglesias de Ródenas, de Santiago en Albarracín y una capilla en la iglesia de Villar. Paisanos y del mismo lugar de Aj fueron Juan Alonso de Hontanilla y Pedro de Cubas, constructores de la iglesia de Monterde. Parientes de Juan Alonso fueron también Pedro y Toribio de Utienes, constructores del atrio portegado de la iglesia de Terriente, según atestigua en su testamento un hijo de Juan Alonso, también maestro de cantería y continuador de la obra de su padre.
Características principales de estas iglesias son el tener nave
única con capillas entre los contrafuertes y cubierta con bóvedas de crucería,
acceso por un lateral, el que mira al sur, a través de un pórtico o atrio, y
disponer la torre a los pies. Las construcciones son de mampostería con
elementos de cantería en atrios, puertas, ventanas y cornisas. En el interior
las fábricas estaban enlucidas y pintadas, a veces imitando sillería y con
pilastras o semicolumnas adosadas a los muros que delimitan los tramos de la
nave. Una cornisa recorre horizontalmente todo el templo marcando el arranque
de las bóvedas. Las pilastras y los nervios de las bóvedas son a veces de
piedra labrada, mientras los elementos o partes planas de las bóvedas se
construyen con piedra porosa o ladrillo.
Los únicos elementos decorativos suelen ser las portadas, que
están protegidas por los atrios. Estos, orientados al sur, son lugares idóneos
para reunirse y conversar antes y después de las celebraciones litúrgicas y
servían en otros tiempos para la reunión del concejo cuando no había edificio
ex profeso para ello.
De las iglesias de esta época merecen destacarse las de Monterde,
Ródenas, Terriente, Valdecuenca y Villar del Coba. La de Monterde es iglesia de
una nave, con cabecera poligonal con contrafuertes. Sencillas columnas junto al
presbiterio y pilastras en la nave marcan los tramos de ésta, encuadrando los
arcos de emboca-dura de las capillas. La puerta se abre en el penúltimo tramo
de la nave junto al coro, que ocupa el último. En estos dos tramos no hay
capillas, pues en el espacio de las mismas está situado el atrio o portegado,
que tiene también dos tramos abovedados. En el lado opuesto del último tramo
está 1a torre. La construcción de la cabecera de esta iglesia se contrató en
1565 entre el concejo de la aldea y los maestros Juan Alonso de Hontanilla y
Pedro de Cubas. En 1600 aún seguían las obras del resto de la iglesia.
La iglesia de Valdecuenca es de factura muy semejante, aunque algo
más pe-queña. El coro se sitúa debajo de la torre que está adosada por el
centro a los pies de la nave. El atrio es de reducidas proporciones, pues ocupa
el espacio de una de las capillas, que son de menor tamaño que las de Monterde.
La iglesia de Ródenas es obra del arquitecto Alonso del Barrio
fajo. Aunque su aspecto interior es similar al de las anteriores, presenta
innovaciones interesantes. En primer lugar, la cabecera está formada por medio
hexágono, en lugar de medio octógono, y además está flanqueada por dos sacristías
que configuran exteriormente una planta totalmente rectangular.
Volumétricamente, tanto la nave como las capillas y sacristías quedan
englobadas dentro de un prisma único cubierto por un tejado a cuatro aguas, sin
que se manifieste ni la cabecera ni las capillas. Sólo la torre sobresale ligeramente
en la planta. En las capillas se utilizan distintos sistemas de abovedamiento
típicamente renacentistas y no de crucería gótica.
Las iglesias de Terriente y Villar del Cabo tienen fa
particularidad de presentar cabecera plana, manteniendo sin duda la tradición
de las iglesias antiguas. Lo más destacado en ambas son sus atrios, aunque sean
de muy distinta factura. El de Villar del Coba es el más antiguo y perteneció
sin duda a la iglesia anterior, de la que quedan restos en la primera capilla
del fado derecho y en la sacristía. Está formado por dos zonas cubiertas, de
planta trapezoidal, colocadas a ambos lados de un mu-ro que presenta una
hermosa puerta con arco de medio punto enmarcada con un alfil de tradición
gótica. Esbeltos pilares, también gotizantes, sostienen la estructura de madera
sobriamente decorada. Aunque su construcción debe ser de comienzos del siglo
XVI, presenta rasgos muy arcaizantes y nos da una idea de cómo serían otros
pórticos semejantes que habría en la mayor parte de las iglesias medievales.
El portegado de Terriente es plenamente renacentista. Tiene tres
tramos encaja-dos entre la torre y una capilla, con dos pilares formados por la
agrupación de tres columnas sobre pedestal y un contrafuerte que sobresale al
exterior. Se cubre con bóvedas de crucería.
En el siglo XVII se observa ya una evolución de este tipo de
iglesias, comunicándose las capillas entre sí a modo de naves laterales que
dejan los pilares exentos. Ejemplo de esto lo tenemos en la iglesia de
Guadalaviar, de finales de este siglo y que apunta ya hacia el tipo de planta
característico de la centuria siguiente.
Las
iglesias del siglo XVIII.
En el siglo XVIII cambia el tipo de las iglesias que se construyen en la Sierra adaptándose al que se hizo también en Albarracín. Las iglesias de esta época son de tres naves con pilares exentos y las capillas quedan reducidas a simples altares adosados al muro externo de las naves laterales. Sólo en algún caso se construyen capillas con plena independencia espacial y como edificación casi aparte.
En el siglo XVIII cambia el tipo de las iglesias que se construyen en la Sierra adaptándose al que se hizo también en Albarracín. Las iglesias de esta época son de tres naves con pilares exentos y las capillas quedan reducidas a simples altares adosados al muro externo de las naves laterales. Sólo en algún caso se construyen capillas con plena independencia espacial y como edificación casi aparte.
Antes de analizar la más notable de las iglesias de este momento
diremos algo de las de Noguera y Moscardón. Ambas obedecen al mismo modelo,
cuyas características podríamos resumir así: son iglesias de tres naves,
cubiertas con bóvedas de cañón con lunetos. Presentan crucero de igual anchura
que la nave central y su centro tiene cúpula sin tambor ni ventanas para poder
quedar debajo de la cubierta general de la iglesia que es única y a cuatro
aguas. El presbiterio, que es prolongación de la nave central, queda encerrado
entre dos sacristías que ocupan el espacio que correspondería a las naves
laterales. En el último tramo, a los pies, se dispone un coro alto al que se
accede por una escalera situada en el último tramo de una nave lateral,
mientras que en la otra se coloca el baptisterio. Los pilares exentos y los
adosados están formados por haces de pilastras con planta cruciforme muy característica.
Estas pilastras se rematan con su correspondiente entablamento que corre a lo
largo de toda la iglesia y marca el nivel de arranque de las bóvedas. El espacio
interior queda más rico y amplio por el efecto de las naves laterales, aunque
su capacidad real sea similar al de las iglesias anteriores. Exteriormente todo
queda englobado dentro de un volumen único como ya hemos indicado. La
construcción es menos pesada, lo que permitía mayor rapidez y economía en las
obras. Las bóvedas se hacen con ladrillo colocado de plano y con espesores que
apenas alcanzan los 10 cm., empleándose el yeso de manera casi sistemática.
Apenas se utiliza la sillería labrada y todo el interior se realiza con yeso
pintado, lo que aumenta la luminosidad del espacio.
La iglesia de Moscardón tiene en su cúpula el escudo del obispo
Juan Francisco Navarro Salvador y Gilaberte, por lo que su construcción debe
ser de mediados de siglo. Tiene torre adosada que quizás fuera anterior. La
iglesia de Noguera es muy semejante, pero con la torre sobre la escalera del
coro, por lo que queda integrada dentro de la planta rectangular de la iglesia.
Mención aparte merece la iglesia de Orihuela del Tremedal, por
ser, sin duda, la mejor obra barroca de toda la provincia de Teruel. Es la
única que ha quedado en su provincia natal del arquitecto José Martín de
Aldehuela después de la destrucción del antiguo seminario de Teruel, antes
colegio de jesuitas. Aunque siga en general las pautas antes mencionadas de las
iglesias del XVIII, el genio de Aldehuela las transforma, convirtiendo el
espacio horizontal y monótono de estas iglesias en ascendente y original merced
a la magistral disposición de los volúmenes y al empleo de la decoración y de
la luz.
Un porche de nueva forma mantiene la tradición de los portegados
antiguos. La nave central es similar a las de otras iglesias, pero en las
laterales se produce un escalonamiento de las bóvedas en ascensión a medida que
se acercan al crucero. Este se remata en sus extremos con dos altares colocados
en el fondo de ábsides de escasa profundidad, encuadrados por columnas
compuestas. La cúpula, aunque carece de tambor, posee ventanas que inundan de
luz el espacio interior. Cornisas bordeando los arcos, capiteles con volutas
invertidas, ventanas en forma de concha, etcétera, demuestran el dominio de un
lenguaje arquitectónico de origen italiano que Aldehuela debió aprender con
Ventura Rodríguez en Cuenca y que maneja con desenvoltura y claridad. El
resultado es una de las más bellas obras arquitectónicas de la Sierra de
Albarracín.
En esta época se construyeron en la Sierra numerosas ermitas.
Merece que citemos la de la Magdalena de Tramacastilla, situada junto al acceso
al pueblo y que corresponde a un tipo muy utilizado en la provincia. Tiene un
pórtico sobre columnas toscanas, que sujetan un arquitrabe de madera rematado
con forma de zapatas en las esquinas. Este pórtico está abierto por tres lados,
mientras que en el cuarto se encuentra la puerta, con ventana enrejada para
poder ver el interior aunque esté cerrada aquélla. Dentro hay dos espacios, el
primero abovedado con lunetos y que exteriormente se cubre con el mismo tejado
del pórtico, y el segundo, de planta cuadrada y más alto, que se cierra con una
cúpula cubierta con tejado a cuatro aguas.
Fuente:
Almagro Gorbea, Antonio (1993)
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